Ilustración: Ana María González |
"¿Que no la amo? ¿Cómo puede pensar que no la amo?"
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Cyril nació en 1868, estuvo una temporad en el Trinity College en Dublín y se marchó a Londres en busca de la vida bohemia que anhelaba. No le fue mal; tenía dinero suficiente para darse ese lujo... pero jamás contó que cierto desafortunado accidente cambiaría sus planes y su vida. Para no andar con rodeos: Una vez, de paseo por Salisbury Hill, a Cyril lo atacó algún tipo de animal salvaje que por poco le destroza el brazo y el hombro izquierdos (algunos tendones sufrieron daño permanente y por esa razón Cyril tiene algunas dificultades de movimiento). Pero eso no fue lo peor. Cuando Cyril comenzó a percatarse de que en las noches de luna llena le ocurría una especie de pérdida de consciencia bastante peculiar, y que solía despertarse desnudo en medio de un llano, tuvo que aceptar que tenía un problema, y un problema sin solución. Más o menos por el mismo tiempo le cayó encima la acusación y el encarcelamiento de un amigo y mentor llamado Oscar Wilde, y con todo ello, decidió retirarse a la ciudad de Galway, eso sí, con la firme decisión de que enfrentaría su condición de hombre-lobo con toda la dignidad y limpieza que le fuera posible. Pero estamos hablando de 1897, y en ese año , al menos en Irlanda, todo mundo tenía problemas, como descubrirá Cyril, que, en medio de su soledad, terminará por acercarse a muchos otros que están solos... entre ellos una misteriosa mujer llamada Tais.
Cyril es más un esteta que un romántico. Y es más un crítico
que un escritor. Sus poemas y obras de teatro en un acto son un verdadero desastre.
Admira a Wilde por su rapidez intelectual, algo que él mismo no posee. Y aunque
conserva el carácter cálido y amable y cuando menos lo espera se le
escapan tarareos involuntarios, en general se siente un poco avergonzado de su herencia
irlandesa... como que le resulta muy humillante haber nacido en "el país
más desdichado" de Europa. No convive mucho con su familia... tantos
años de separación han influído mas de la cuenta. Tiene pocos
amigos, y de esos pocos aún menos son los auténticos. Es muy formal,
a veces hasta llegar a la exageración, pero tiene una voz suave y una presencia
muy agradable.
Ciryl no es tyanderano, en absoluto, pero de cualquier forma se ganó un lugar
aquí entre los favoritos porque el primer amor jamás se olvida. Y mi
primer amor fue Oscar Wilde. Desde las colecciones de cuentos que leía de
niña, hasta la grandiosa novela El retrato de Dorian Gray, que fue mi libro
favorito hasta que El Señor de los Anillos y La Colina de Watership
llegaron a arrebatarle el puesto. Pero, suele suceder, las cosas se quedan en uno,
y Cyril fue un vástago de aquellos amores, así como de mi cariño
por Irlanda y mi gusto por los hombres lobo. Se apareció un día, simplemente,
en uno de mis cuentos de adolescente, y unos meses después ya tenía
su propia historia.