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4. Un secreto revelado


Kaikki volvió a despertarse a mitad de la noche. De nuevo el dolor, el frío y esa sensación de angustia que se le hacía ya insoportable. No oyó un solo sonido en la tienda. Sus hermanos dormían junto a él. El muchacho, trabajosamente, se deslizó hasta la puerta. No se puso guantes ni botas. Esperaba que el frío de la nieve en sus pies desnudos lo hiciera calmarse.

Habían pasado diez días desde aquella desafortunada partida de caza en la que había experimentado delante de todos los síntomas de su extraño mal. En ese período de tiempo, Kaikki había tenido ocasionalmente mareos y dolores de cabeza, que se las había arreglado muy bien para ocultar. Las partidas de caza pronto terminarían; la bodega de la tribu estaba ya lo suficientemente abastecida para el invierno. Aún quedaba por evaluar la situación del resto de las tribus lotin, ahora francamente retrasadas.

En el exterior, todavía reinaba esa débil luz crepuscular. Estaba todo muy tranquilo, y muy silencioso. Kaikki se dirigió hacia la parte más exterior del campamento, cerca de la choza de Vuori, donde estaban la bodega y el corral de los renos. Los perros de caza cavaban hoyos en la nieve para dormir cerca del corral, y Kaikki, de pronto, había sentido necesidad de tener siquiera esa compañía. Los pies se le hundieron en el blando piso, y muy pronto dejó de sentirlos.

No alcanzó a llegar. El ruido de su caída quedó ahogado por la nieve. Algunos perros levantaron la cabeza, gruñendo. Después de cerciorarse de que el recién llegado no era ningún intruso, permanecieron inmóviles, pero la vieja perra blanca emergió de la tienda de Vuori y se acercó gimiendo a su amo. Kaikki cerró los ojos cuando el animal comenzó a recorrerle la cara a lamidas. Presintiendo lo que ocurriría después, se abrazó del cálido y peludo pescuezo de su mascota.

Alcanzó a oír una exclamación ahogada, seguida del ruido seco de una lanza hundiéndose en la nieve. Una mano enguantada lo retiró del contacto de la perra, y le echó hacia atrás los largos cabellos.

Valkoinen sujetó con firmeza a su sobrino. Kaikki tenía los párpados y los puños apretados, y todo su cuerpo, contraído, temblaba y se estremecía. Invocando mentalmente a la Cazadora, el rastreador apretó la mano del joven. Le susurró al oído:

- Los demonios, Kaikó... no trates de luchar contra ellos. Si te resistes, te matarán... ¿me oyes, pequeño hermano? No te resistas... no te van a llevar si yo estoy aquí...

No estaba seguro de que el muchacho lo estuviera oyendo, pero no dejó de hablarle y retener su mano. De repente, el cuerpo de Kaikki se relajó y el muchacho pareció perder el conocimiento. Los espasmos, lentamente, fueron cediendo.

Valkoinen permaneció quieto. En la oscuridad, una figura se plantó junto a él.

- ¿Qué hago ahora? - dijo una voz clara.

- Nada, nada - respondió el cazador en un murmullo siseante.

- Pero tengo que...

- No. Vete a la bodega, pequeño hermano. No vayas a salir.

La figura se escabulló. Un par de minutos después, la mano de Kaikki se cerró sobre la de Valkoinen. El rastreador suspiró aliviado, y levantó la cara de su sobrino. Kaikki tenía la mirada apagada, pero el ver a su tío junto a él los ojos se le abrieron mucho y trató de ponerse de pie. Valkoinen se apresuró a esbozar una sonrisa tranquilizadora.

- Bueno, ya pasó - dijo suavemente -. ¿Cómo te sientes? ¿Quieres que te acompañe a tu casa?

Kaikki negó con la cabeza.

- No se lo digas a mis padres, por favor - murmuró.

- No tengas cuidado, pero no te puedes quedar aquí; ya te enfriaste demasiado. Por lo menos vámonos al almacén.

Kaikki asintió, y Valkoinen lo ayudó a ponerse de pie. Apenas le llegaba al mentón a su sobrino. Kaikki, apoyado trabajosamente en él, trató de hacer a un lado el vértigo. La portezuela de la bodega se abrió por dentro antes de que ellos llegaran, y el joven cazador vio que su hermano, con los ojos clavados en el suelo y tan desprotegido como él mismo, salía corriendo antes de que pudieran decirle nada.

- Por la prisa - comentó Valkoinen -, parecería que entró con todas las intenciones de desaparecerme algo -, y entonces reparó en la mirada sorprendida de Kaikki -. Selkaa tiene el oído más fino que todos nosotros - explicó -. Te oyó salir y fue a mi tienda a avisarme. No sé por qué lo hizo, en lugar de simplemente despertar a tus padres.

- Y yo no sé - dijo Kaikki, con las mejillas encendidas -, por qué el maldito crío siempre está vigilándome.

Valkoinen se quitó la capa y la echó sobre los pies de su sobrino.

- Le acabo de dar un buen susto - respondió en tono conciliador -. No quería que supieras que lo había visto, así que le dije que esperara aquí hasta que nos fuéramos. Ahora se sentirá traicionado, y de seguro va a estar enojado conmigo hasta que la Cazadora abra su ventana. Por si eso te contenta, digo.

Resentido y tiritando, Kaikki se encogió junto a la pared. El lugar no era cómodo; la rudimentaria construcción no tenía más piso que la plancha de madera de la entrada. El olor a queso y carne llenaba el sitio. Kaikki pensó que su tío fuertes razones para mantenerlo ahí en lugar de llevarlo a su propia tienda o a la de Vuori. Quería hablar, lo más seguro. Pero, ¿hablar de qué, si prácticamente ya lo sabía todo?

- Te ha pasado antes, cuando no hemos visto, ¿verdad? - preguntó Valkó.

Kaikki lo reconoció con un asentimiento. El rastreador se rascó la nuca.

- Me duele la cabeza - dijo su sobrino -. ¿Qué podrá ser, Valkó? ¿Cansancio?

Valkó hizo una seña negativa. El rostro se le suavizó en un gesto de preocupada ternura.

- Creo que ya lo sé, Kai - dijo mesuradamente -. Creo que ya lo sé.

Kaikki, de forma involuntaria, se contrajo. Siempre que su tío le hablaba realmente en serio lo llamaba Kai.

- ¿Qué es? ¿Me puedo curar? - insistió con cierta impaciencia.

- Has estado muy sano hasta hoy - siguió Valkoinen, como si no lo hubiera oído -, entonces quizás es cierto eso que se me ocurre.

- ¿Y qué demonios se te ocurre? - exclamó Kaikki, comenzando a perder la paciencia. De pronto un chispazo de memoria saltó a su cabeza -. ¿Qué... qué fue lo que dijiste de los demonios, o algo así, cuando...?

- Tu sangre, Kai - replicó el rastreador -. Pienso que el mal está en tu sangre. Aunque... me parece extraño que hasta ahora...

- ¿Qué pasa con mi sangre?

- Cuéntame de la sangre, Kai - dijo Valkoinen -. ¿Qué sabes de la sangre y la ley de la sangre?

Kaikki frunció el ceño. ¿Qué objeto tenía repetir las frases que todo niño lotin aprendía apenas tenía conciencia de pertenecer a la tribu? Sin embargo, contuvo su arranque, se armó de paciencia y se preparó a recitar las palabras que mismo Valkoinen le había enseñado años atrás.

- La sangre es lo que crea vínculos - dijo, un tanto zumbonamente -, y los vínculos son lo que nos hace fuertes, por lo tanto la sangre es lo que nos hace fuerte. Cuando nos lastimamos, el cuerpo sangra a manera de protesta. Y...

- ¿Y qué más?

- Y... - Kaikki se ruborizó -, la sangre se comparte... se... se mezcla cuando un hombre y una mujer... bueno, cuando tienen un hijo, el hijo lleva la sangre de los dos. Y... la mezcla de la sangre es el vínculo más fuerte, no se puede romper.

- La sangre es lo que nos une - continuó la letanía Valkoinen, deteniéndose para palmear cariñosamente el hombro de su sobrino-. La sangre y el nombre. Nos llamamos Lotin, somos los hijos de la luna. Así como nosotros, hay muchos que viajan y cazan entre la nieve y los bosques. Y se llaman Lotin también, porque son iguales a nosotros. Todos son hermanos nuestros.

El rastreador hizo una pausa, como si le viniera un recuerdo a la mente. Después volvió a hablar.

- La sangre es como los arroyos, como los lagos - le dijo a Kaikki; si no hay corrientes nuevas, se estanca. Igual pasa con nuestra familia; tenemos que hacer correr sangre nueva por nuestras venas, para no morir. Ya conoces la tradición: es cuando uno decide abandonar su tribu y unirse a otra. Hiekka dejó a los suyos para vivir conmigo, y me siguió cuando mi hermana Aiiti y yo dejamos a los nuestros para quedarnos aquí, con los que ahora son nuestra familia. Así, nuestros hijos refrescarían la sangre y la fortuna de esta comunidad. Sin embargo, Hiekka y yo... ninguno de nuestros pequeños ha sobrevivido. Y Aiiti...

Kaikki acogió con sobresalto la sombra que oscureció el rostro de su tío.

- Fue en el otoño después de que Hiekka vino a nuestra tribu - comenzó a relatar éste -. Vivíamos en un lugar donde la nieve es más delgada que aquí, y la luz del día más intensa. Una noche, dimos alojamiento a un extraño, un hombre del sur. No recuerdo bien su nombre ni la historia de sí mismo que nos contó, pero sí su físico, y su carácter. Era alto, y tenía los ojos redondos y negros. Y era muy gentil, especialmente con mi hermana. Creo que pasaron mucho tiempo hablando juntos, y, cuando él estaba por marcharse, Aiiti... le dijo a mis padres que iba a irse con él.

Kaikki cerró los ojos.

- Pero - dijo, citando una parte de la no escrita ley de la sangre -, un lotin no debe mezclar su sangre con alguien que no sea de la misma raza, porque...

- Aiiti conocía bien la ley de la sangre - siguió Valkoinen -. Sabía lo delicado que es. Sabía lo que dirían mis padres. Aún así, lo hizo... mezcló su sangre con la de ese hombre la víspera de su partida. Pero, por alguna razón, se quedó con nosotros. Mis padres lo supieron, lo supe yo, pero no podíamos hacer nada ya. Y los supo Tainas, cuando nuestras tribus se encontraron en este mismo lugar, y nos dijo que pretendía a mi hermana. Aiiti ya estaba embarazada... y quizás aún tenía esperanzas de volver a ver al extranjero. Terminó uniéndose a Tainas, pero le costó trabajo volver a amar. Y... cuando naciste, Tainas te aceptó como tu hijo, y Aiiti lo aceptó a él como tu padre.

- Me aceptó...

Kaikki dejó caer la cabeza contra la pared de leños. Contempló a Valkoinen con un extraño gesto. Parecía que la sorpresa y el aturdimiento de tantas revelaciones se le habían quedado congelados en el rostro. Pero Valkoinen advirtió también que bajo ese semblante había dolor, más dolor del que nunca hubiera presenciado, un dolor más allá de la pérdida y las separaciones. Intentó seguir hablando, pero se había quedado sin palabras.

- El castigo por infringir la ley de la sangre... ¿es siempre el mismo?

Valkó asintió.

- ¿Por qué... por qué no castigaron a mi madre? - murmuró Kaikki -. ¿Por qué no...? Porque nunca lo dijiste. Porque nadie se enteró, ¿verdad?

- Es mi hermana, Kai - protestó Valkoinen. Kaikki sacudió la cabeza con cansancio.

- La sangre mezclada se debilita - continuó con la letanía -. Se vuelve impura, y atrae a los demonios... La ley es para proteger a nuestra raza, ¿no? Los que son... como... como yo... no podemos... no debemos... vivir, ¿verdad?

Los labios y las manos del joven habían empezado a temblar, como lo habían hecho minutos atrás. Valkó, instintivamente, se puso de pie.

- Creciste bien - farfulló -. Nos hiciste olvidarlo todo, has... - iba a decir hasta hace diez días”, pero se contuvo al ver el rostro de Kaikki.

El muchacho no se movió de su sitio, pero encaró al ratreador con una furia tan fría que había acabado por contener el pesar anterior. Valkoinen se encontró pensando en la mirada que su hermana Aiiti le había dirigido días atrás.

- Lo lamento, Kai - dijo.

- ¿Qué es lo que lamentas? - respondió Kaikki -. ¿Mi nacimiento? ¿Mi... enfermedad?

Valkoinen se puso en guardia cuando el muchacho, con torpeza, consiguió levantarse. Pero el rostro de su sobrino, aunque demudado, era aún el suyo, y sus temblorosas manos no se habían convertido en garras. El muchacho tenía una gran voluntad, reconoció con admiración. Kaikki se alejó dos pasos, dio media vuelta y echó a correr. Cuando Valkoinen reaccionó, ya se había perdido de vista. Miles de pensamientos inútiles llenaron la cabeza del rastreador. Recordó que Kaikki, de niño, solía esconder sus sentimientos y rechazar cualquier clase de consuelo. Se le ocurrió que tal vez el joven necesitaba estar solo. Si había podido dominar hasta entonces al espíritu intruso que tal vez ya habitaba dentro de él, podría seguir haciéndolo, tal vez unos días más.

- Era necesario - pensó con respecto a la cruel revelación de la verdad -. Era necesario - se repitió, tratando de acallar su conciencia. Salió de la bodega, recogió su capa, que estaba revuelta entre la nieve, y después de sacudirla regresó a su tienda.





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