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Notas para "Aeisa y el dragón"

Aeisa y el dragón fue una de mis primeras historias. Sí, la inventé (al menos inventé lo básico) cuando tenía unos siete u ocho años, para divertir a una de mis amiguitas de la primaria. De hecho, la protagonista fue hecha como un pequeño reflejo, algo burlesco, de esta amiga. Y era muy diferente a como es en la versión final. Aeisa era una heroína atípica, pero una heroína, a fin de cuentas. En la historia original, llegaba el dragón, hacía desbarajuste, y un mago muy serio y clásico (con capirote y todo) profetizaba que lo derrotaría una niña con una prodigiosa voz.

La tal niña era Aeisa, por supuesto. Una chavita vestida de hombre que vivía sola en las montañas. Su físico estaba basado en... en... en El Principito de las ilustraciones de Saint Exupéry . Raro, ¿no? Bueno, nunca resolví del todo la historia original; sabía que Aeisa iba acabar derrotando al dragón a gritos pero no tenía idea de cómo. Después, mi amiga se cambió de ciudad, y la historia no tuvo caso. La olvidé por aproximadamente diez años.

Cuando, en la preparatoria, inventé a mis personajes de los cuentos de las colinas (Pratch y Aasin), y decidí que Pratch tomaría lugar en las historias de Tanadia, (la primera tierra de Tyander que fui a inventar), pensé que sería un buena idea reciclar esa vieja historia y meterlo a él. Así lo hice... y en ese entonces Pratch se burlaba del mago del capirote y acababa enamorado de Aeisa... y era él quien derrotaba al dragón con su prodigiosa voz. Pratch terminaba muy vapuleado y además Aeisa lo enviaba a volar. La historia se ponía horriblemente seria.

En la versión defintiva, me olvidé por completo de la seriedad. Pratch y Aeisa fueron respectivamente antagonista y protagonista, el mago del capirote desapareció, pues ya era inútil... y salieron a relucir dos figuras interesantes, el general y el maestro de música. La prodigiosa voz de Aeisa fue otro pretexto cómico... Y el pobre dragón pereció, y de la manera más humillante. Aasin, que originalmente no aparecía en la historia, llega ahí para dar sus propias conclusiones. Y el relato se abre con unas notas del cronista tanadiano, Alexei Welterian, un hijo de mis propios ochentas que, más adelante, no sólo se limitaría a observar y escribir, sino que tendría su parte importante en la historia que estaba registrando.





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